Mucho
tiempo antes de que los conquistadores llegaran al país de
los Muiscas, los habitantes de la región de Guatavita, al
oriente de la sábana de Bogotá, adoraban a una antigua
princesa que, en las noches de luna llena, emergía del fondo
de la laguna y se paseaba sobre las aguas en medio de la espesa
neblina. He aquí su historia.
Un
gran cacique de los Guatavitas, de la misma dinastía que
daría origen al zipasgo y al imperio de los muiscas, estaba
casado con la más bella de entre los suyos, una noble princesa
a quien todos sus súbditos amaban, y su hogar había
sido bendecido con el nacimiento de una bella niña que era
la adoración de su padre.
Pasado
algún tiempo el cacique comenzó a alejarse de la princesa:
sus muchas ocupaciones en los asuntos del gobierno como también
otras mujeres, lo mantenían lejos del calor de su hogar.
La princesa soportó algunos meses, como correspondía,
a una mujer de su rango, las ausencias prolongadas y las continuas
infidelidades de su esposo, pero un día pudieron más
la soledad y la tristeza que las rígidas normas sociales,
y se enamoró de uno de los más nobles y apuestos guerreros
de la tribu. Para su dicha y fortuna fue enteramente correspondida.
Los
enamorados no pudieron verse tan pronto como hubieran querido, pues
el gran cacique estaba por esos días entre los suyos. Pero
cierta noche tras una de las acostumbradas orgías del mandatario
la pareja pudo consumar sus amores, mientras el pueblo dormía.
Sospechando algo, el cacique encomendó a una vieja la tarea
de vigilar a la princesa. Una noche cualquiera, la anciana descubrió
lo que ocurría y le llevó la noticia al jefe.
Al
día siguiente, el cacique organizó un gran festín
en honor de su esposa. A la princesa le fue servido un sabroso corazón
de venado. Apenas ella acabó de comerse el delicado plato,
el pueblo- con el cacique a la cabeza- estalló en una horrible
carcajada, que la hizo comprender la verdad; su amante había
sido asesinado, y la habían dado a comer su corazón.
Desesperada
decidió huir del lado de su marido. Algunos días después
de la tragedia, tomó a su pequeña y partió
hacía Guatavita. Al llegar, casi a la medianoche, se detuvo
un momento en la orilla para contemplar la laguna, de la que se
levantaba una espesa neblina; luego miró amorosamente a la
niña y se lanzó con ella a las aguas.
Al
enterarse de la noticia, el cacique corrió hacía la
laguna y llamó a su mujer varias veces, sin obtener más
respuesta que el silencio de la noche. Entonces ordenó a
sus moanes- sacerdotes- que la buscaran. Los mohanes hicieron conjuros
y ritos a orillas de la laguna, y uno de ellos descendió
a las profundidades, para averiguar qué había sido
de la princesa y de su hija. Al poco rato regresó con el
cadáver de la niña y contó que la princesa
estaba viva y feliz en el reino de las aguas. Desde entonces, en
las noches de luna menguante aparecía la princesa en medio
de la espesa neblina, para escuchar los ruegos de su pueblo, y la
laguna se convirtió en un lugar sagrado, donde se realizaba
la ceremonia que dio origen a la leyenda de El dorado.”
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